jueves, 18 de febrero de 2010

Yo vendo unos ojos negros


Es muy posible que muy pocas personas conozcan a la escritora ecuatoriana Alicia Yáñez, yo no la conocía hasta que estuve en Quito el año pasado para el congreso de la AILCFH. Y eso que creo conocer a varias escritoras dado que las busco y las persigo, como parte de una apuesta personal y académica de recuperación de voces de artistas que puedan enriquecer mi visión del mundo y poner en cuestión la visión hegemónica masculina (y muchas veces también machista). Me sorprendió sobre todo la cantidad de obras que tenía publicadas, al rededor de veinte, que yo desconocía. También me sorprendió el hecho de que una mujer que pudo empezar su carrera como escritora sólo hasta que murió su marido y sus hijos fueron adultos, echara leña al fuego contra las feministas por supuestamente atacan lo más esencial de la mujer que es el ser madre. Ni las feministas lo atacan ni creo que sea lo más esencial de la mujer. Me pareció terrible que una mujer que había padecido en carne propia el sacrificio de una vocación íntima por una vocación social no fuera capaz de visibilizar esa diferencia cultural. Lo loable es que más allá de los años se aventuró en la escritura con éxito llegando a ser actualmente la mejor escritora ecuatoriana y además la receptora de una beca del Estado que financia su actividad artística, algo que muchos matarían por tener pero que es impensable en un país como el Perú que le da tan poca importancia a sus artistas y que considera la cultura la última rueda del coche. Todo eso era mi opinión hasta que leí su libro. El libro que leí se llama Yo vendo unos ojos negros y fue un sufrimiento terrible, realmente, como me pasó también con El padre de Blancanieves, con la salvedad de que en Gopegui la trama ya la reflexión filosófica aminoró la mala prosa. En este caso no fue así, me parece que el libro está lleno de lugares comunes, de frases hechas, de un esencialismo peligroso y de un cuestionamiento precario de la realidad de la mujer y su situación subordinada que no puede escapar de una visión religiosa y moralista de la misma. Realmente me sentí bastante decepcionada con el libro, quizá haya otros más logrados, pero en este el tono de clase de escuela implica un lector y una lectora demasiado cándido e inocente, mismo que yo no soy. Pienso que quienes puedan compartir esta misma opinión contraatacarán contra las mujeres, pero la falta de calidad literaria no es monopolio de nadie, felizmente. Sin embargo, sin duda políticamente hablando, las mujeres seguimos en el ojo de la tormenta y un error, cualquiera, es simpre un argumento en contra de la libertad, de la capacidad creativa y de la igualdad social por la que se lucha. Me reafirmo en la necesidad de que las mujeres escriban y puedan acceder a ella de manera democrática y real, no avalo cualquier estética por estar escrita por una mujer, sino la posibilidad de cometer errores, rectificarse y mejorar como cualquiera; posibilidad que negando su escritura, tachando su historia, borrándolas de la memoria, es nula. Y sigue siendo lo más difícil encontrar ese punto medio, que no sea ni favoritismo ni desventaja, ni sobreestimación ni subestimación, ni todo lo malo ni todo lo bueno, ni la norma que se cumple ni la excepción a la regla, ni el olvido ni la imposición forzada, ni el grio ni el silencio, sino ese justo punto medio en el que podemos ser y existir en comunidad y en paz.

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