domingo, 7 de febrero de 2010

El amor: la dictadura y el dolor


He leído Niña errante, las cartas que le escribió Gabriela Mistral a Doris Dana, su pareja y acompañante personal en los últimos años de su vida. ¿Por qué nos llegan los libros en un momento de la vida y no en otro, por qué optamos por leerlos ahora y no antes, no después? Son ese tipo de cosas las que me hacen creer que el azar es una fuerza más poderosa y más sabia que la casualidad, la sin razón, la mera coincidencia. Lo primero que me dije a mí misma, fue, ¡cómo me parezco a Gabriela Mistral!, o simplemente a cualquier ser enamorado, apasionado para quien el otro es el aire, el todo. Primero me hizo confiar en el amor, en la posibilidad de que un encuentro, por más breve y esporádico, puede insuflar un amor profundo e intenso y la lucha que hay que darle para que sobreviva, pues Gabriela, a pesar de la esquiva personalidad de Doris, a pesar de sus largos silencios, ¡esos silencios!, persiste, insiste, consigue. Pero también me hizo sentir parte de ese infinito dolor, el de la ausencia, la lejanía, la incertidumbre, el vacío, alimentado por el silencio, por un diálogo que nunca se concreta, por la sensación de estarse escribiendo cartas a sí misma. Gabriela llena ese vacío con su inseguridad, con el miedo a perder a su amor y esa combinación la lleva a la desolación, a la infinita tristeza que sólo en parte se ve recompensada por una relación que a pesar de todo se mantuvo en el tiempo, que la hizo feliz. Sí, la hizo feliz, sin duda, a costa de bastante sufrimiento. Cuántas veces se hizo fuerte y simuló una ruptura, un punto final, con el único propósito de generar una reacción y ante la persistencia del silencio, ella cedió, porque su corazón seguía palpitando. Esta inseguridad que le genera la errante Doris, hace de Gabriela una pequeña dictadora, al exigir, diez líneas cada ocho días, como cuota mínima para su afecto, para su adicción, su pasión, su vida. "Yo necesito de tu presencia de una manera violenta, como del aire. Parece que estuviese viviendo una asfixia. Es eso exactamente"(117). Ha sido un reencuentro con mis propias obsesiones, una suerte de desdoblamiento que me ayuda a comprenderme mejor y espero también a ser mejor.
Aunque repetitivas por las obsesiones que se reiteran: el dinero, sus casas, los asuntos de salud, de su servicio consular, del servicio doméstico, los viajes, su desconfianza en la gente, su delirio de ser siempre espiada; nos muestra íntimamente a Gabriela Mistral en la plenitud del sentimiento amatorio, su dictadura y su dolor. "¿Por qué tú, niña errante, te haces querer tanto? Es malo para quien te quiere y para ti resulta fastidioso"(288).

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