viernes, 16 de abril de 2010

Faubourg 36


Fui al cine con Rodito a ver Faubourg 36, que han traducido a la cartelera como Me enamoré en París. Lo malo del título es que parece una más de las tantas comedias románticas a las que nos tiene acostumbrados el cine comercial, pero es en realidad una película francesa, entre comedia y drama, con un añadido musical que apesar de entrar en esas categorías harto conocidas logra una propuesta amable, divertida, sencilla y con su tono original. La película está escrita y dirigida por Christophe Barratier de quien hace algunos años también se vio Los coristas (2004). Aunque no me gustan mucho los musicales, fue de las partes que más disfruté: las escenografías, las letras, los colores y la recuperación de la temática cotidiana en la que se enmarca el film, los trabajadores tomando el arte en sus manos y el trasfondo político.

Aunque concuerdo con los valores representados hay una excepción, una vez más, a los roles femeninos. Sólo hay dos mujeres en la película. Una es la madre de Jojo y esposa de Pigol, a quien saca la vuelta con varios hombres en el teatro donde trabajan. Cuando el teatro cierra ella abandona a su esposo y a su hijo y tiempo después reclama al hijo por encontrarse en una mejor situación económica (casada con un próspero comerciante). Pigol al estar desempleado debe dejar ir a su hijo, con el que no puede hablar y al que no puede ver, sus cartas no son entregadas ni enviadas las que le escriben a él. Es decir, esta mujer es infiel, convenida, ingrata, egoísta, insensible. Aunque al final permite el regreso del hijo con su padre, su papel sin duda no despierta simpatía.

La otra mujer es Douce, bellísima y joven actriz que se abre camino entre las ruinas del teatro Chansonia. Ella de noble corazón y procedencia proletaria, se enamora del joven rebelde revolucionario Milou y desprecia al viejo y corrupto burgués Galapiat. Sin embargo, él es dueño del Chansonia y por tanto Douce debe sacrificarse por todos, entregando su tiempo y compañía (si no algo más) para que acepte dar otra oportunidad a los que de ese teatro dependen y en el cual han puesto todos sus sueños de vida, como Pigol. Me irrita el eterno sacrificio, sexual, de la mujer en pro de la colectividad (¿sociedad?), pues los arreglos entre Galapiat y Douce son ocultados a Milou, quien no podría aceptar una "traición". Así que sea por amor o por interés, lo medular en las mujeres siempre está atravesado por su sexualidad, sea para dignificarlas o para degradarlas. Así que si bien el director logra un manejo sostenido del suspenso, la atención y la intriga, hay que soportar ese constante fantasma del ultraje, en el que toda mujer, especialmente si es bonita, joven, ingenua y está enamorada, corre el riesgo de perderse. Pero lo peor es que esa fragilidad es lo que persiste y siguen siendo los caballeros los que parecen los únicos capaces de actos heroicos, como Pigol en defensa de Milou.

A excepción de este traspié de género que ojalá poco a poco se pueda ir superando en la sociedad y más tarde o más temprano en el arte, logremos comprender a la mujer más allá de su sexualidad y su belleza, darle la posibilidad de una trascendencia que no descanse en por quién o con quién tiene sexo y destacar también su valentía, su heroismo y su osadía por construir un mundo mejor.

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