miércoles, 1 de abril de 2015

New Orleans un año después


Ha pasado exactamente un año desde la última vez que publiqué la última nota en este blog. Así que resurge del olvido. Tal vez era necesario ese largo silencio en el que han pasado muchísimas cosas nuevas. En primer lugar di los exámenes de maestría y ya los pasé, así que terminando este semestre empezaré el doctorado, ¡al fin! 

Ya no nos juntamos entre mis compañeros como lo hacíamos en ese entonces, pero siguen habiendo ocasiones que nos convocan como el Seminario sobre comisiones de la verdad en Brasil y Perú que organizaron Fernando y Rebecca y que estuvo de primer nivel, me inspiró mucho para repensar los temas de mi tesis. Y poco antes el CILCA que organizaron Uriel Quesada y Maureen Shea y que fue también de primera. Ahora me encuentro en proceso de hacer las listas del doctorado para el examen que será de aquí al próximo febrero.

Tal vez lo más importante de mencionar es mi perspectiva de la ciudad. Cuando me fui de Nueva York sentí una gran tristeza por todo lo que dejaba atrás, una ciudad que me había dado lo mejor de sí en todo momento. Una ciudad con infinitos estímulos, bellos museos, pero sobre todo un grupo, amistades con las que compartí y me enriquecí esos dos años. Las amistades por supuesto han seguido su camino y aquí me he llegado a dar cuenta que si bien abandoné una ciudad llena de museos, llegué a una ciudad que es un museo.

Dos de los museos que más me gustaban en New York eran el Museo del Barrio y el Museo de Brooklyn, por ser museos vivos, uno que hacía de la ciudad su propio espacio de acción y el otro que intentaba integrar a la comunidad en su interior y así flexibilizar sus paredes, disolver las fronteras del adentro y afuera. New Orleans hace precisamente eso por la riqueza de sus tradiciones, los carnavales (Mardi Gras) que duran un mes entero y que es motivo de fiestas multitudinarias, todas en las calles, la gente saca sus sillas plegables, sus mesas, sus toldos (hasta su cocina) y ahí se la pasa viendo pasar los desfiles y gritando por beats (collares). Lo pueden ver en la foto, esperando el desfile de Endymion.

Los colectivos musicales realizan todos los domingos las Second Line, que son una suerte de procesiones musicales en los que el grupo (vestido de gala, diseños exclusivos por ellos creados), caminan por cuatro horas por la ciudad junto con una banda de música y todo aquel que quiera seguirlos bailando, cantando, bebiendo, así que también los persiguen carritos de refrescos, de cervezas y camiones de comida. Además los festivales de música y comida gratuitos abundan en la ciudad, French Quarter Festival (que se aproxima), Bayou Boogaloo, música en Congo Square y en fin, festivales que son todos los fines de semana y que para una estudiante como yo es imposible asistir por las lecturas y trabajos que tengo que hacer todo el tiempo. 

Aún cuando lo más significativo de la ciudad ocurre en las calles, se las agencian para tener el cuarto museo más importante de Estados Unidos, el Museo de la Segunda Guerra Mundial. 

No hay metro en esta ciudad y el transporte es bastante deficiente para los estándares de este país. Pero en vez de ir bajo tierra uno va por la avenida St. Charles y ahí presencia una exhibición de casas sureñas fabulosa, en la que los árboles despuntan, el verde y las flores lo domina todo, especialmente en esta época del año. Además uno va subido en el street car que es la máquina que se mueve más antigua de todo Estados Unidos. Una madera barnizada preciosa y un paseo lento pero bello. De modo que ya no me siento más triste por no estar en Nueva York. Esta ciudad es tan enriquecedora que lo único que se necesita es andar por sus calles con los ojos bien abiertos.

En otros aspectos es verdad que New Orleans muestra tal vez lo peor de la sociedad norteamericana, cierta negligencia, abandono, mediocridad, que los estadounidenses son reacios a aceptar como patrimonio suyo, así que podemos ver el sistema de transporte fallando todo el tiempo, calles interminablemente sin arreglar o arregladas a medias y por tanto obstruyendo el libre tránsito por meses, normas que no se cumplen, leyes que no se aplican. Pero a la vez es una ciudad en la que puedes tomar cerveza en la calle y que a pesar de beber la gente comparte los conciertos, los parques, los espacios públicos en completa armonía, sin riñas, sin desarreglos y se va a su casa al terminar, con el corazón contento. Una ciudad en la que todavía al pasar te dicen “buenos días”, “buenas tardes”, “buenas noches”.

Abrí el blog en el que quiero dedicarme más a temas de opinión, se llama Asuntos circunstanciales, en honor al poema de Rocío Silva Santisteban, así que se los comparto. A su vez empezaré a escribir más en este espacio nuevamente, especialmente estos días de vacaciones de primavera.